EPITAFIOS de Jannis Ritsos

EPITAFIOS 
Por YANNIS RITSOS.

"Estos árboles no transigen con tener menos cielo,
estas piedras no transigen con los pasos enemigos,
estos rostros no transigen más que con el sol,
estos corazones no transigen más que con la justicia. (...)"-

"EPITAFIO.

 -I-
Hijo, cuerpo de mi cuerpo, sangre de mi sangre, tuétano de mis tuétanos,
corazón del mí, gorrión de mi diminuto jardín, florecilla de mi soledad...
¿A donde voló mi pequeño? ¿A dónde se ha ido? ¿En qué lugar me ha dejado?
La jaula está vacía y en la fuente no queda una gota de agua.

 -II-
Mis dedos mecían hasta el amanecer tus cabellos rizado
mientras vigilaba tu sueño.
Tus cejas bien formadas dibujadas a pincel,
creaban arcos para que mi mirada anidara y descansara allí.
Tus ojos rutilantes reflejaban al amanecer la distancia de los cielos
y yo procuraba evitar que una lágrima mía los empañara.
Tus dulces labios perfumados, cuando hablabas, lograron que las rocas
y los árboles devastados florecieran, que los ruiseñores cantaran.

 -III-
En un día de mayo me dejaste, en ese día de mayo te perdí.
En la primavera amaba tan bien, hijo cuando subías
al tejado empapado de sol y divisabas desde allá,
tus ojos nunca se saciaba de beber la luz del mundo.
Con tu voz varonil tan dulce y cálida, volvías a contar
tantas coas como guijarros hay en las playas.
Hijo, dijiste que todas esas maravillas serían nuestras
pero ahora tu luz ha muerto, el brillo y las brasas se han apagado.

 -IV-
Estrella mía, has puesto en tu sombra todo lo que la Creación ha cobijado
y todo lo que el sol, esa bola negra de cáñamo, ha recogido bajo su luz.
La muchedumbre pasa y me oprime, los soldados me pisotean,
pero mi mirada no titubea y mis ojos jamás te abandonan-
El vaho etéreo de tu aliento roza mi mejilla.
¡Ay! La gran luz de una boya flota al final del camino.
La palma de una mano bañada de luz seca mis lágrimas.
¡Ay! hijo, tus palabras se albergan en lo más profundo de mí.
Mira me levanto, mis piernas aún me pueden sostener,
una gozosa luz, mi valiente hijo, me levanta del suelo.
Duerme hijo, amortajado con banderas,
voy al encuentro de tus hermanos, traigo tu voz conmigo.

 -V-
Eras tierno, de noble temperamento, todas las gracias iban contigo,
llevabas todas las caricias del viento, todas las florecillas del silvestre.
De pies ligeros, pisabas suave como una gacela,
nuestro umbral brillaba como el oro tan pronto lo cruzabas.
Saqué juventud de tu juventud, y para presumir hasta podía sonreír.
La vejez nunca me atemorizó y a la muerte la podía desdeñar.
Mas ahora, ¿dónde me puedo situar? ¿Dónde me refugio?
Estoy a la deriva como árbol marchito en una llanura nevada.

 -VI-
Cuando te parabas frente a la ventana, tu espalda
abarcaba la entrada, todo el mar, todas las naves de los pescadores.
La casa se inundaba de tu sombra, inmensa como un arcángel.
Y el brillo del lucero vespertino titilaba en tu oído.
Nuestra ventana era el portal hacia el mundo, miraba al Paraíso 
donde las estrellas estaban en flor, mi hijo adorado.
Allí, de pie, en el atardecer refulgente parecías el timonel del barco,
en tu habitación, en la cálida penumbra del crepúsculo.
¡Ay! me embarcaste en la quietud de la Vía Láctea, ahora este buque se va a pique.
Su timón se ha roto y me enrumbo al fondo del mar, a la deriva de mi soledad.

 -VII-
Si tuviera la poción de los inmortales, si sólo la tuviera: una nueva llama para ti
si despertaras por un instante, para ver y hablar y deleitarte en medio de tu sueño.
Me pondría al lado tuyo, adosada a ti, exuberante de vida, calles, balcones y plazas
atestadas de gente vitoreando, las doncellas recogiendo flores para  rociar tus cabellos.
Mis bosques fragantes colmados de miles de raíces y hojas,
¿cómo puedo yo, la malograda, creer que te he perdido?
Hijo, todo se ha desvanecido, todo me ha abandonado,
no tengo ojos y no puedo ver, no tengo boca que me permita hablar.

 -VIII-
Hijo, qué Hado te ha signado, qué Hado me ha condenado
a sufrir ese dolor lacerante, a padecer este fuego en mi pecho.
Mi dulce joven, no has desaparecido, vives en mis venas.
Hijo mío, fluye profundo en todas nuestras venas y permanece vivo para siempre.

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